VARGAS LLOSA, en un libro

Algunos escritores han sido extraordinarios lectores; por «extraordinarios» no entendemos que hayan leído muchos libros ni muy rápido, sino que los han comprendido como nadie, y han sabido ver el talento, la invención, el genio, la gracia y las ideas, el lugar de cada libro en la obra del autor.

Azorín, Ramón Menéndez Pidal y Julián Marías fueron lectores extraordinarios. Este último sostenía que el mejor libro de Vargas Llosa era una novela divertidísima: La tía Julia y el escribidor. El encantador y magistral juego de varias realidades paralelas entre el serial radiofónico y el culebrón, que se confunde con la narración de su propia peripecia vital, da la medida del talento de Vargas Llosa –quien es, por cierto, uno de los lectores más torpes de entre los escritores de fama y talento–. El amor que cuenta y revive La tía Julia y el escribidor es del tipo que podríamos llamar «mi Annie Hall», el de Woody Allen en su película, precisamente, del mismo año, 1977: el amor de la mujer-amiga, que saca lo mejor del artista; la mujer que el lado más obtuso del hombre suele dejar escapar.

Con la historia de la tía Julia uno se ríe casi tanto como con la de Pantaleón, pero de una forma más honda. A veces duele leerla, siente uno al mismo tiempo lástima y agradecimiento por la vida; ganas de preguntarle «¿Por qué?» a este «español del Perú». Igual su respuesta ya está en la propia novela: «Aprendí que todo el mundo, sin excepción, podía ser tema de cuento.»