Relativismo frente a tolerancia

El miedo a los totalitarismos ha hecho circular la especie de que no existe «la verdad», cuya simple mención sería germen de actitudes intolerantes. Esto es una prueba más de lo mal consejero que es el miedo. La realidad es la contraria. El que tiene afán de verdad –cree que esta existe y puede llegar a ser vista– es sumamente respetuoso con el pensamiento de los otros, porque es un hombre que ha aprendido a precaverse contra el error, siempre a la vuelta de la esquina para él mismo; porque sabe que la verdad, la realidad, es inagotable y conocerla empresa de muchos; porque intuye la verdad que constituye cada persona. Son y han sido precisamente los ajenos a la verdad, que ni la buscan, ni la quieren, pero la suponen y la temen, los que, justamente por esto, niegan y ocultan cualquier visión ajena. Los totalitarios han sido los resentidos contra la verdad, no sus paladines; y si arma ha sido la mentira. Los relativistas, por su parte, se limitan a allanarles el camino, más o menos conscientemente, a los totalitarios.

Un relativismo dulce alimenta a los que creen que cada uno tiene su verdad, «la verdad –dicen– es subjetiva». Dejando para otra ocasión lo que tiene de equívoco la supuesta disyuntiva entre lo subjetivo y lo objetivo, y adelantando tan solo que todo le ocurre a alguien en una circunstancia objetiva –entiéndase, dada– (se puede entrever que esa disyuntiva no es más que la popularización del viejo debate entre idealismo y realismo, tan francamente superado por Ortega hace casi ochenta años); dejando aparte ese equívoco, hay que negar con vehemencia que exista, por usar terminología civilista, tal régimen posesorio de la verdad y que pueda hablarse con fidelidad a la realidad de mi, tu, su verdad.

La verdad es realmente una sola, aunque inmensa, inabarcable. Cada hombre ve, desde su perspectiva insustituible, una parte de ella, y no el resto. No le es lícito decir que ve lo que en realidad no ve, ni tampoco guardarse o negar nada de lo que ve. Así lo descubría Ortega en si artículo irrenunciable de El Espectador, «Verdad y perspectiva»: él escribía desde El Escorial y podía decir lo que veía desde ese lado de la sierra de Guadarrama, no desde el otro, que veía otro hombre.

Luego, habrá personas con mejor vista, más esforzadas y dispuestas a ver, con mejores recursos para comprender y contar lo visto, quizá con una perspectiva privilegiada de la realidad. Desde aquí solo hay un paso hasta considerar sagrado el puesto de cada hombre y cada mujer en el cosmos, por usar la terminología de Max Scheler, y por tanto la parte de realidad, de la verdad de que corresponde dar cuenta: misión vital, que puede realizarse en múltiples formas pero en definitiva viviendo. La condición es que esa vida no se despersonalice.

La verdad inagotable se refleja a su vez en cada persona: cuando se la vive íntima y amorosamente nunca se la acaba de conocer. Y tras ella se descubre la realidad inabarcable y personal de Dios infinito. Hasta aquí ha legado Julián Marías, que considera un proyecto para la vida perdurable el conocer a la persona de Dios. Aquí hay un método, el de ir de la evidencia, de Su huella, a los incognoscible. Pero para todo esto es necesaria la creencia de la verdad.

El totalitarismo deja que una pequeña parte de la realidad, la política, lo invada todo: es intrínsecamente mentira porque por principio lo falsea todo. El fundamentalista es el que renuncia a sí mismo, a su propio punto de vista –y consecuentemente a los de sus semejantes–, por una idea ajena a la que se inmola. Se ve lo lejos que totalitarios y fundamentalistas están de la verdad, son la renuncia a ella como punto de partida.

El relativismo afirma que no hay una verdad absoluta –le encanta añadir este maltraído adjetivo–; pero, ¿es eso, que no la hay, una verdad absoluta? Si lo es, existe la verdad, aunque sea esa, con lo que tal afirmación se negaría a sí misma; y si no lo es, resulta que la verdad puede existir. ¿Podrá conocerse? Yo creo que sí, en todo caso, parece fácil el acuerdo en que debe intentarse ❧

Artículo publicado en ABC el 4 de noviembre de 2001 y el 15 de junio de 2001

Antonio Castillo Algarra

Profesor, escritor y productor teatral.

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