Azorín, el maestro

150 años de Azorín

No se llega a la vanguardia, la que representan las llamadas Generación del 14 (la de Ortega, Ramón, Picasso o Juan Ramón) y del 27 (la de Federico) sin hacer pie en el Siglo de Oro que, en España, a su vez lleva dentro, viva, la Edad Media. Esa labor la hace la Generación del 98 y, dentro de ella, muy especialmente quien le dio nombre en un artículo en ABC, en 1913: José Martínez Ruiz, Azorín. Él fue y es maestro de escritores (lo que se conoce como “un escritor puro”, alguien que nunca quiso ser otra cosa, ni cedió a serlo), cumbre del periodismo literario español que nace, en buena medida, con Feijoo. Con todos aquellos autores vivió Azorín en un “sinfronismo” que, como nos explicó Ortega («Azorín o primores de lo vulgar», en El Espectador II’), consiste, no en coincidencia en el tiempo (el mero sincronismo) sino en coincidencia de espíritu con hombres y mujeres de otras épocas, de modo que un extraño hilo invisible los une. La pregunta que se hacía Julián Marías –«¿Quién lleva dentro a Azorín?»– es más oportuna que nunca, ahora que, descorazonados, comprobamos cómo uno de los males silenciosos que corroe la vida artística, política y académica de España es que casi ninguno de sus actores «lleva dentro» nada de la mejor literatura y el pensamiento españoles; lo desconocen completamente, o lo desprecian, malbaratados a cambio de cuatro autores extranjeros “de prestigio” que les permiten citar y “socializar”. Pero allí sigue Azorín, esperándonos, siempre paciente, confiado, con un punto de ironía y otro de ternura: «hombre delicado, fino, inteligente, sensual» (Ortega). Azorín, que se dio el título de “pequeño filósofo”; y si alguien se lo discute, Julián Marías acallará esas protestas «porque la filosofía no es patrimonio de quien tenga ciertos títulos sino de quien de hecho la cultive.»

Castilla - 1912

Para muchos, Castilla, publicado en 1912 es el mejor libro de Azorín. No es que nosotros no estemos de acuerdo, tan solo es que le añadiríamos, hermanados en calidad y necesidad, al menos otros diez. Pero sí que es buena opción para empezar a leer al maestro, porque en Castilla, en cada uno de los capítulos, está todo Azorín. «Cuando sopla el aire, se ve en los balcones abiertos cómo unas blancas, nítidas cortinas salen hacia afuera formando como la vela abombada de un barco. Todo es sencillo y bello en la casa». De Castilla dice el propio Azorín en el breve prólogo: «Una preocupación por el poder del tiempo compone el fondo espiritual de estos cuadros. La sensación de la corriente perdurable –e inexorable– de las cosas, cree el autor haberla experimentado al escribir algunas de las presentes páginas». Ese poder del tiempo lo llevan los trenes a lo largo de todo el libro: «Sí; tienen una profunda poesía los caminos de hierro». ¿Qué hubiera pasado si Calixto no se hubiera matado? Azorín lo imagina en este librito que podríamos resumir en su famoso: «Vivir es ver volver». Leyendo Castilla «se goza de un profundo silencio».

Doña Inés - 1925

La lectura de Azorín no es simplemente algo que se haga, sino un estado en el que se está –nunca impunemente–. Se requieren unas condiciones previas del alma; con ellas cuenta el escritor y director de cine José Luis Garci.

En Castilla supo Azorín cómo enmendar a Campoamor, quien había escrito que “vivir es ver pasar”; no, no, corrige el pequeño filósofo, “vivir es ver volver”. El cine de Garci hace una nueva lectura de esas palabras; que, primariamente, vivir es ver. Ortega escribió en Meditaciones del Quijote: “Pero hay sobre el pasivo ver un ver activo, que interpreta viendo y ve interpretando; un ver que es mirar”. En la más lograda película de Garci hasta el momento, Canción de cuna, dice el médico: “Saber mirar es saber amar”; ahí anidaba el alma azoriniana de nuestro escritor y director de cine.

Este año Garci ha presentado su película Historia de un beso; cabe pensarla como una adaptación no expresamente buscada (una decantación) de la novela de Azorín Doña Inés (Novela de amor).

“Las cosas no son a todas horas las mismas. La luz las hace cambiar a cada momento”; Azorín admira en Proust su genialidad para describir hasta agotarlo un crepúsculo, y distinguirlo del que acontece la tarde siguiente. Las películas de Garci se desarrollan, muchas, en el mismo paisaje de Asturias, bajo variaciones de luz que la cámara de Garci trata de captar, para salvar algunas vivencias de los efectos del tiempo.

Andrea (Ana Fernández), protagonista de Historia de un beso, tiene mucho de doña Inés –en edad, encarnación, peripecia vital–, casi lo es. Su historia de amor y “tiempos confundidos” con Blas de Otamendi (Alfredo Landa) culmina en la que es a la vez declaración de amor y despedida más hermosa, en luz y tiempo –que en cine son el tono–, de todo el cine que yo haya visto. Las palabras de Otamendi son, en el fondo, sin pretenderlo Garci y su coguionista Horacio Valcárcel, las de doña Inés a su tío don Pablo: “La dicha que perseguimos, muchas veces no puede realizarse. Realizarla a medias, es peor que no realizarla nada. Usted sabe lo que quiero decir”.

Lope en silueta - 1935

Junto con el Lope viviente, de Ramón Gómez de la Serna, Lope en silueta, que publicó la estupenda Cruz y Raya, en 1935, quizá constituya la mejor fuente para entender a Lope: «La sensualidad de Lope no es, en último término, sino una forma de poesía». Este libro brevísimo está también entre los mejores de Azorín, y eso es ya mucho decir. «Un libro solo puede bastar en la vida. Un libro solo si lo sabemos bien leer. Un libro solo si a la par observamos la realidad y ponemos fervor y amor en la observación.»

Madrid - 1940

En Madrid (1940), al empezar a ser viejo y después del horror de la guerra, Azorín recuerda su llegada a Madrid, desde Alicante, en el otoño de 1895: «No se puede saber lo que será la vida de un muchacho que comienza a escribir: si drama o comedia. Pero él siente ansia irreprimible por ser uno de los actores de la comedia o del drama.» Ve a los escritores y demás artistas famosos: «…todo está con ellos y nada está conmigo. Andando el tiempo puedo ser uno de ellos, y ahora, desconocido, sin valimientos, solo tengo mi cuartillo con el pobre menaje y con la ventana en el techo, que deja caer la luz en las cuartillas». Va conociendo a Clarín, Maragall, Valle, Unamuno, Baroja, Castelar, la Pardo Bazán…, consigue llegar a la cumbre: publica en EL IMPARCIAL su famosa Ruta del Quijote, una nueva forma de hacer periodismo, que quedará para ¿siempre? Pero, como suele pasar, al poco tiempo, fueron dejando de publicar sus artículos: «El mutismo de la dirección me inquietaba. No pasó más. Se acabó La Andalucía trágica y yo descendí confuso de la cumbre del gran diario». Pero él persevera, a veces con solo un panecillo para comer en todo el día. Nace con él la Generación del 98, desde Castilla («La visita que en 1900 hicimos a Toledo, fue capital en el desenvolvimiento de la escuela.» Y José Martínez Ruiz se va haciendo Azorín: «Nada se ha desvanecido en el tiempo. Tengo la certidumbre honda, inconmovible, de que todo es presente.»

Azorín - 1930

«Azorín, con una fuerza de reserva, de restricción, de vida alerta, en una hora decisiva, ha sostenido el concepto literario de España sobre el nivel del mar…», dice Ramón. El maestro Azorín cuenta con «esa riqueza insuperable que es el desconsuelo», «y un día llega a ser como sacristán de toda España, con las llaves de sus sacristías y tesoros, completándose la idea con un título –conllevado muchas veces por los sacristanes–, el título de organista máximo.» «A veces mira a la maleta, que es más simpática que el baúl, y la pregunta: “¿Qué, nos vamos?” La maleta responde: “Estoy siempre pronta.”» Azorín «siente como nadie el vacío que ha de quedar tras sí». «Pinta habitaciones, pero lo que sobrepasa ese realismo es que mete en ellas el tiempo, ingrediente casi inédito en la literatura». «De las estrellas habla constantemente en su obra, sin hacerlas nunca juguetes». «Es albacea de esa fortuna literaria que no pertenece a la Academia, sino a los predilectos y a los que son de nuevo únicos». «Hubo un tiempo en que Azorín llenaba el espacio de mi Madrid como un fantasma inmenso, como el espectro literario que sirve de fondo a la ciudad inútilmente real.» «Azorín, con su sombrero de copa, paraguas rojo, monóculo y unas botas un poco grandes, estaba pegado en todos los parajes de la ciudad como nuevo sistema de entrecomillado…». «Toda la multitud española le ignoraba, y por eso era grato encontrarle en la calle de la Montera como montado en toda la multitud y llevando el estandarte invisible».

Una hora de España - 1924

Una hora de España, el discurso de ingreso de Azorín en la Real Academia, en 1924, es en realidad un manifiesto de sus mejor y más personal estilo, entre la novela, el guión de cine, el ensayo, el artículo de prensa y lo teatral, todo unido por el lirismo y por ser capaz de poner en letra el tiempo, las nubes, el sonido del mar, los olores. Es difícil pintar mejor España y el Siglo de Oro. En el capítulo «El veredero», habla del desastre de la Gran Armada y de cómo la noticia le llega a Felipe II: «Habrá sonado para España una hora decisiva. ¿Se abrirá en la historia otra perspectiva para España? Nadie sabe cuál es la hora en que la historia divide dos épocas. Pero esta nueva que el veredero lleva en su zurrón, va a hacer meditar al anciano retirado en su cámara. Toda España va a meditar. ¿Cuál será el destino que el porvenir le reserve a España? ¿Volverá a ser grande la Patria, o irá fatalmente hacia la ruina? Un mundo ha sido descubierto; España está creando otra gran Patria. En estos mismos días de desolación, España es la más fecunda de las naciones europeas.»